MADRID, 29 Sep. (OTR/PRESS) -
Si algo parece obvio a esta alturas es que la subida de impuestos anunciada por el Gobierno no le gusta a nadie, ni a su izquierda ni a su derecha, ni en la patronal ni en los sindicatos, ni a los ricos ni a los pobres. No ha sido, desde luego, lo que muchos esperábamos incluidos los que no veíamos descabellada la medida en estos tiempos de crisis. Pero lo han hecho mal.
Lo han hecho mal porque no sólo nos engañaron antes del anuncio sino que persisten en esa actitud defendiendo lo que ya se les ha demostrado hasta la saciedad con cifras y ejemplos: no va a ser el sacrificio para los que más tienen sino para las clases medias y bajas y seguir diciendo que van a ser los económicamente poderosos los que van a correr peor suerte, es engañar -una vez más- a la gente. O tratar de engañar, porque el personal hace tiempo que sabe bastante bien de qué va la cosa. Pero no se trata hoy de volver a analizar lo que ya ha sido analizado por muchos. La pregunta clave es, para mí, cómo piensa el Gobierno sacar adelante estos presupuestos y lo que esa futura aprobación nos va a costar a todos. ¿Quién, después de la que está cayendo, va a aprobar estos presupuestos?
Porque si los partidos políticos son mínimamente responsables, la cosa no sale; es decir, tendrá que negociar con algunas minorías su apoyo de unas cuentas con las que, según las primeras declaraciones de todos, nadie está de acuerdo. Y el problema de una negociación es que, salvo con los partidos nacionales, siempre implican una contraprestación bilateral al margen del debate parlamentario. ¿Con quién se va a sentar el Gobierno y qué puede ofrecer a cambio? Eso es lo que habrá que vigilar porque ahí viene la segunda parte de la decepción: el no recorte del gasto público.
El Ejecutivo ha pasado totalmente de ese recorte drástico que se pedía desde todos los ámbitos y, parapetado en excusas y razones poco serias, no sólo no ha bajado sino que ha aumentado su propio gasto. Si a este despropósito -tan poco edificante por otra parte- le añadimos lo que seguramente va a costar la negociación con las minorías que sean, resulta que los dos puntos del IVA se nos van a quedar en casi nada si atendemos al enorme déficit que hay que bajar como sea.
Lo hicieron mal desde el principio de la crisis hipotecándonos a todos con cheques que nadie había pedido y lo siguen haciendo mal ahora yendo a contracorriente de Europa (véase Alemania tras las recientes elecciones). Pero si esto es ya preocupante, lo que no resulta de recibo es la extraña vocación de faltar a la verdad, de dar gato por liebre y una vez que les demuestras que es gato, sigan empeñados en decir que es liebre. Imagino que en algún momento alguien del entorno del Presidente le dará la gran noticia: "de fuentes de absoluta solvencia, le puedo asegurar señor Presidente, que al parecer los españoles no le creen".
Si algo parece obvio a esta alturas es que la subida de impuestos anunciada por el Gobierno no le gusta a nadie, ni a su izquierda ni a su derecha, ni en la patronal ni en los sindicatos, ni a los ricos ni a los pobres. No ha sido, desde luego, lo que muchos esperábamos incluidos los que no veíamos descabellada la medida en estos tiempos de crisis. Pero lo han hecho mal.
Lo han hecho mal porque no sólo nos engañaron antes del anuncio sino que persisten en esa actitud defendiendo lo que ya se les ha demostrado hasta la saciedad con cifras y ejemplos: no va a ser el sacrificio para los que más tienen sino para las clases medias y bajas y seguir diciendo que van a ser los económicamente poderosos los que van a correr peor suerte, es engañar -una vez más- a la gente. O tratar de engañar, porque el personal hace tiempo que sabe bastante bien de qué va la cosa. Pero no se trata hoy de volver a analizar lo que ya ha sido analizado por muchos. La pregunta clave es, para mí, cómo piensa el Gobierno sacar adelante estos presupuestos y lo que esa futura aprobación nos va a costar a todos. ¿Quién, después de la que está cayendo, va a aprobar estos presupuestos?
Porque si los partidos políticos son mínimamente responsables, la cosa no sale; es decir, tendrá que negociar con algunas minorías su apoyo de unas cuentas con las que, según las primeras declaraciones de todos, nadie está de acuerdo. Y el problema de una negociación es que, salvo con los partidos nacionales, siempre implican una contraprestación bilateral al margen del debate parlamentario. ¿Con quién se va a sentar el Gobierno y qué puede ofrecer a cambio? Eso es lo que habrá que vigilar porque ahí viene la segunda parte de la decepción: el no recorte del gasto público.
El Ejecutivo ha pasado totalmente de ese recorte drástico que se pedía desde todos los ámbitos y, parapetado en excusas y razones poco serias, no sólo no ha bajado sino que ha aumentado su propio gasto. Si a este despropósito -tan poco edificante por otra parte- le añadimos lo que seguramente va a costar la negociación con las minorías que sean, resulta que los dos puntos del IVA se nos van a quedar en casi nada si atendemos al enorme déficit que hay que bajar como sea.
Lo hicieron mal desde el principio de la crisis hipotecándonos a todos con cheques que nadie había pedido y lo siguen haciendo mal ahora yendo a contracorriente de Europa (véase Alemania tras las recientes elecciones). Pero si esto es ya preocupante, lo que no resulta de recibo es la extraña vocación de faltar a la verdad, de dar gato por liebre y una vez que les demuestras que es gato, sigan empeñados en decir que es liebre. Imagino que en algún momento alguien del entorno del Presidente le dará la gran noticia: "de fuentes de absoluta solvencia, le puedo asegurar señor Presidente, que al parecer los españoles no le creen".
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