División entre los vecinos que apoyan el derribo y los que creen que agravará la crisis del sector turístico
Era un derribo anunciado, pero no por eso menos polémico. La pala convirtió ayer en escombros del pasado la vieja lonja Miguel de La Ribera, casi medio siglo después de que Miguel Sánchez Andreu, conocido como 'Mariche', la levantara medio en tierra medio en mar. Han pasado ya dos años desde que la Demarcación de Costas del Estado desalojara al nieto del fundador de la emblemática pescadería, Miguel Sánchez Martínez, quien había continuado el negocio al que miles de turistas acudían a comer pescado fresco y arroces marineros en plena playa.
Los obreros de la empresa de derribos comenzaron anteayer a desmantelar la precaria edificación, convertida en los dos últimos años en cobijo de gatos y 'ocupas' nocturnos. Con las cortinas de la terraza raídas y las paredes cubiertas de grafitis, incorporó al paisaje playero de La Ribera un toque de desidia 'gore'. Nada que ver con su época de esplendor, cuando se sentaron a sus mesas estrellas como Julio Iglesias o Van Morrison.
Su propietario defendió hasta el final que la concesión inicial ascendía a 99 años, pero que la Ley de Costas la rebajó a 25 años, con lo que expiró en 1995. Desde entonces, la familia había logrado prolongar la vida del negocio hasta finales de 2010, cuando el desalojo definitivo caldeó los ánimos en la localidad. A los dos días de la orden oficial, una manifestación contra el cierre de la lonja unió tras una pancarta reivindicativa a todos los partidos políticos locales.
El espectáculo del derribo atrajo ayer a numerosos vecinos y curiosos: «Esto no se debería consentir, es una vergüenza», comentaba un jubilado, que juraba no conocer La Ribera sin la pescadería. «No tienen otra cosa que hacer más que cerrar negocios que funcionan y dejar a trabajadores en la calle», se preguntaba otro vecino. En el debate espontáneo no faltó quien señalara a un nuevo restaurante, abierto a 50 metros de la ya demolida pescadería, y a la misma distancia que éste del mar. «En este país, sólo sirve tener dinero y enchufes políticos para que te dejen hacer», comentaban en el corrillo, del que alguno se marchó con la excusa de «yo prefiero ver y callar». Unos alegaban razones nostálgicas, mientras otros se preguntaban «qué pasaría si aplicaran la Ley de Costas en La Manga». Hubo quien respaldó la demolición para recuperar una playa «a la que también le hace falta que retiren los barcos».
A los más les preocupaba la puntilla que dará el cierre de la pescadería a la crisis comercial, dado que el típico restaurante atraía a numerosos visitantes con su pátina rústica y casi encima del mar, lo que en psicología turística suele equivaler a pescado fresco a buen precio.
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